Muy piola el catalán. Pere Estupiny à –38 años, químico, bioquímico, escritor– se metió con el sexo. Le buscó la veta científica. La encontró. Y lanzó un libro en el que da cuenta no sólo de las entrevistas que hizo a investigadores en el marco de serios congresos, sino que también hizo su trabajo de campo. Se metió en clubes de swingers, charló con actores y actrices porno, con fetichistas, militantes del sexo tántrico y hasta se hizo un scanner mientras se masturbaba para ver qué pasaba con su cerebro en medio del orgasmo. Tras todo aquello, derriba tabúes y postula máximas de lo más taquilleras y polémicas. Científicos y sexólogos consultados por especialistas avalan algunas de sus conclusiones y rechazan de plano otras tantas. Y si bien aplauden que la ciencia se meta de una vez en la cama, hacen hincapié en la enorme influencia que la cultura mantiene en lo sexual.
“La ciencia puede y debe meterse en la cama. El sexo es una de las cuestiones más fundamentales de la biología. Es fascinante porque responde por qué y cómo estamos acá. Y claro que merece ser estudiado científicamente –dice al especialista el biólogo e investigador del Conicet Diego Golombek–. Ya sabemos mucho por estudios hechos a animales y humanos. La particularidad del humano es que su actividad sexual no se limita a lo reproductivo. Todo comportamiento humano tiene influencia genética y ambiental. Nosotros somos una mezcla de eso”.
“En lo sexual influye lo social, lo cultural, la educación, pero su base es biológica. El sistema nervioso, el aparato cardiovascular, los neurotransmisores, todo hace que se tengan sensaciones especiales. Se pone en movimiento lo motriz y lo nervioso –explica la médica y sexóloga clínica Beatriz Literat–. El sexo es como una avenida de doble vía. La fantasía y lo cognitivo hace que se disparen los neurotransmisores que después desencadenan la cascada de eventos cardiovasculares y musculares. Y al revés también ocurre: lo físico hace que se disparen fantasías, sobre todo en los varones”.
“La sexualidad merece un análisis biopsicosociocultural. Es una interrelación de todos esos factores. Hay que trabajarla desde todas esas vertientes para disfrutarla y que sea placentera. Sin dudas el abordaje debe ser multidisciplinario”, asegura la psicóloga y sexóloga Diana Resnicoff.
En su flamante libro “S=EX 2 . La ciencia del sexo”, Estupiny à dedica muchas páginas a las hormonas. Durante el beso, por ejemplo, explica que disminuye el cortisol (hormona del estrés), aumenta la oxitocina (hormona del apego), se segregan endorfinas (hormonas del placer) y sube la adrenalina (aumenta la presión sanguínea) llenando el cuerpo de energía. Y atrás de todo esto está la dopamina, que sería la reina del deseo.
En el libro, el catalán va repartiendo conclusiones. Los especialistas opinan y contestan.
“La monogamia es natural, la fidelidad no”
“Es muy difícil afirmar desde lo científico algo que tiene tanta influencia cultural. Claro que también tiene influencia biológica, pero ni siquiera los primates tienen una variable tan uniforme. Y el ser humano es aún mucho más complejo”, opina el neurólogo Ignacio Brusco, director del Centro de Alzheimer de la Facultad de Medicina de la UBA. Adrián Sappeti –presidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana– es mucho más contundente: “La monogamia no es natural. Aparece en un momento de la historia. Es cultural, impuesta”. Literat acuerda: “La monogamia no es una cuestión biológica, es una construcción cultural que le pone un poco de orden a la civilización. Y la fidelidad es una postura ante la vida. La persona fiel a su pareja es fiel a todo, es honesta”.
Así que nada de echarle la culpa a los genes: las personas, en esto, eligen y toman decisiones.
“El dolor produce placer”
“El dolor es un mecanismo fisiológico, es un mecanismo defensivo importante y necesario para sobrevivir –dice Brusco–. Cuando el dolor es mínimo puede ser placentero. Pero en esto lo cultural también está presente. A mayor corteza cerebral, mayor conducta inhibitoria. El lóbulo prefrontal no existe en los animales, y por eso no tienen inhibiciones”. “No siempre –acota Resnicoff–. Hay personas a las que les gusta y necesitan el dolor para sentir placer, pero otros no”. Sapetti reflota al Marqués de Sade en sus extremos (“el goce supremo del placer es el asesinato...”): “hay gente que goza infringiendo dolor, y otra que goza al recibirlo”.
“Sí, se puede nacer gay”
Sapetti lo descarta de plano: “es la discusión eterna, pero no, no se nace gay, uno se va haciendo con la vida. En esto, como decía Freud, se complementa lo genético con los hechos desencadenantes de la vida. Lo cultural puede cambiar lo genético. La posibilidad de tener relaciones con hombres o mujeres está siempre presente, y va cambiando en los diferentes momentos de la vida”. Para Brusco “ya está claro que no es una elección, es una combinación biológica y cultural”.
“Los genes pueden marcar cierta propensión, pero en muy pocas cosas son determinantes –explica Golombek–. Se han hecho estudios a gemelos, pero no son concluyentes. Y hay estudios que muestran que la anatomía del cerebro de un homosexual es levemente diversa al del heterosexual, pero no está claro si es innato o una plasticidad de la vida. Sobre la homosexualidad en mujeres no hay nada, no hay estudios, aún hay un tabú muy fuerte ahí”.
“Todos somos fetichistas”
Brusco habla de los receptores de la piel: “Hay cosas que se sienten, después la piel se habitúa y no se sienten más. Se llama habituación. El deseo decae. Entonces se desea lo que no se tiene, lo raro, lo extraño”. Sapetti vuelve a Freud, que decía que todos tenemos algo de fetichistas, “pero de ahí a que sea condicionante de la vida, no. Algunos lo son siempre, otros no”.
“La mujer prefiere porno lésbico”
Dice Resinicoff: “Antes que ver a un hombre penetrando a una mujer , es más lindo ver a dos mujeres que se acarician lenta y cariñosamente. La mujer se identifica con eso. Además, la mujer puede tener un orgasmo sin penetración”.
“A los hombres les atraen las transexuales”
“No -dice Sapetti-. A los hombres les gustan los travestis. Si se operan no trabajan más, es así. A los hombres les gustan justamente los que no están castrados. Es un cuerpo pleno que tiene todo para dar”.
“La asexualidad debe ser considerada la cuarta orientación sexual”
“Para nada –asegura Literat–. El hombre es sexual y sexuado. Tiene capacidad reproductiva y debe existir su pulsión sexual. Desde la medicina, si alguien no tiene deseo sexual la consideramos una disfunción. Analizamos si su sistema endocrinológico funciona y lo medicamos. Sino sugerimos algún tipo de terapia psicológica”.
Estupiny à también se mete con la discusión de la existencia del punto G: “Quizás la confusión proceda de la palabra punto, que hace pensar en una especie de botón mágico...” El habla de zona. Los especialistas acuerdan: no es un punto, es una zona. Y parece que la zona es más accesible en algunas mujeres que en otras. “Sí –dice Resnicoff–. Pero por favor, que llegar no se transforme en un deber más de la mujer”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario