María Teresa Ortiz González (49) recibió su título de abogada hace cuatro años, pero no ha tenido la oportunidad de ejercer. Hoy se une a la Fiscalía General.
Hasta ayer María Teresa Ortíz González se encontraba vendiendo yuyos para el tereré en la calle Chile y Jejuí, pero desde hoy se incorpora a la Fiscalía General del Estado cambiando el rumbo de su vida.
El año 2001 se presentaba lleno de optimismo para María Teresa Ortiz, quien entonces había conseguido un empleo seguro en la firma representante de Polaroid en Paraguay. También había logrado ingresar a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción para recibirse de abogada y así lograr un futuro mejor para ella -madre soltera- y su hijo Amado Jesús, que tenía 13 años y hoy tiene 25.
Pero la caída de las Torres Gemelas cambió su vida, pues perdió su trabajo porque la empresa quebró.
De niña se regodeaba con cualquier labor para subsistir. Su madre los crió vendiendo naranjas en las mejores épocas del Parque Caballero. Vivían en la Chacarita, pero en los años ‘80 fueron trasladadas -con otro montón de familias- al barrio San Blas de Loma Pytã, donde se les entregaron nuevas viviendas en las que viven hasta hoy.
Ella siguió buscando changas y su madre empezó con la venta de yuyos en Chile y Jejuí hasta que enfermó de diabetes y debió retirarse. Entonces, María Teresa se hizo cargo del pequeño puesto y tomó el tizón y el mortero de palo santo para machacar las hierbas.
En principio vendía tereré, pero como la gente no le devolvía las jarras ni las guampas, se quedó ofreciendo solo hielo y los yuyos.
“Todos los días salgo de casa -aunque llueva o haga frío- a las tres de la madrugada para ir al Mercado 4 a buscar las hierbas medicinales y luego ya me instalo aquí hasta las 11:00 de la mañana cuando ya no puedo soportar el sol”, refiere.
Pero a fuerza de mucho sacrificio -haciendo de todo un poco- concluyó sus estudios y recibió su título de abogada en el 2009. Con un grupo de compañeras montaron un estudio jurídico, pero cuando cada una se fue casando, se disolvió. “Incluso varias veces trabajé en política, pero todos me prometían un trabajo en época electoral y cuando pasaba me decían que ya no tengo edad, como excusa. Pero yo no me rendía”, afirma.
Sola -menciona- no podía abrir un bufete propio porque no contaba con los recursos. “Siempre al verme aquí me preguntan mis compañeras por qué no trabajo en la profesión. Pero para buscar clientela tengo que estar presentable y eso cuesta plata a una mujer. Además no todos a quienes podría tener como clientes podrán pagarme y prefieren recurrir a la defensoría (de reos pobres). Me ofrecieron trabajar en la profesión pagándome 30.000 guaraníes por día, pero... ¿qué hago con eso? Y, si bien lo que gano aquí da para vivir, no me alcanza cuando debo comprar fármacos. El Ministerio de Salud dice que da remedios, pero no tienen más que ibuprofeno”.
Ayer confirmó la noticia de que hoy empieza a trabajar en la Fiscalía General del Estado, mediante un ofrecimiento del titular del Ministerio Público, Javier Díaz Verón. “Ya no vas a estar en la esquina, me dijo”.
Convencida de tener un trabajo digno y poner en práctica su profesión, reflexiona que es muy diferente lo que uno aprende en la Universidad, de ejercer la abogacía. La flamante abogada asegura haber superado los malos ratos en la calle y que “nunca me dejé aplastar”, gracias a su sólida formación espiritual.
Aunque parezca, no es novela, sino realidad.
Fuente abc.py
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