domingo, 12 de octubre de 2014

¿De verdad es bueno alegrarse por la felicidad del vecino?

  • ¿Se alegra (de verdad) cuando el 23 de diciembre ve por televisión la dicha desbordada de los afortunados agraciados con el premio Gordo de la Lotería de Navidad? ¿Llega a sentir el dolor de un amigo cuando le explica cómo su mujer ha puesto fin a 20 años de matrimonio? 
En otras palabras, ¿se describiría como una persona empática? Estamos hablando de la capacidad del ser humano para ponerse en el lugar del otro, y sentir su desdicha o alegría como algo propio.

Si cree que esta característica no se encuentra entre sus puntos fuertes, no se preocupe, reconózcalo sin pudor. La empatía está sobrevalorada. O, al menos, eso es lo que opina el profesor de Psicología de la Universidad de Yale (Estados Unidos) Paul Bloom. “A menudo, la mayoría de la gente confunde la compasión y la bondad con la empatía, y ese es el motivo por el que durante tanto tiempo se le ha concedido una importancia desmesurada”, argumenta.

El profesor Bloom es colaborador habitual en revistas científicas comoNature and Science. Su último libro publicado es Just Babies: The origins of Good and Evil (Crown Publishers) y actualmente está trabajando en una próxima obra que analizará con detenimiento y desde distintas perspectivas la capacidad del ser humano para identificarse con los sentimientos ajenos. Y para ello, se adentrará tanto en la esfera personal como en el área social del ser humano.

Injusta y selectiva

Bloom ha identificado ciertos rasgos de la empatía que echan por tierra la idea de que cuanto más desarrollamos esta capacidad para identificarnos con los sentimientos de los demás, más fuertes y saludables son nuestras relaciones personales y mayor es nuestro crecimiento personal. Y sostiene que la empatía es parcial. “Somos más propensos a identificarnos con las personas con las que compartimos el mismo origen étnico o cultural, o con aquellas que nos parecen más atractivas”, explica a BUENAVIDA.

Habrá notado que le resulta más fácil conectar (sentir empatía) con los sentimientos o necesidades de alguien con quien tiene algo en común. Puede que simplemente sea que tiene su mismo pelo rizado, una mancha similar a la suya en la mejilla o que su padre también emigró a Alemania cuando era joven. En este tipo de casos, la parcialidad no tiene mayor importancia. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la reacción empática de alguien influye en una decisión política con efectos en la vida actual y futura de las personas?

Esta cuestión es la que lleva a Bloom a afirmar que “cuanto menos intervenga la empatía en la conducta de aquellos que deciden sobre cuestiones políticas, más justas serán sus decisiones. Sin empatía, todos estaríamos en mejores condiciones para comprender y abordar temas, como por ejemplo, el cambio climático. Creo que es el momento de pararnos a analizar la clase de moral que estamos aplicando en nuestro comportamiento y las consecuencias que está teniendo”.

Fría y ajena a las multitudes

"Además de parcial, la empatía es insensible a los datos estadísticos”, afirma Bloom. Y continúa: “Las personas somos capaces de conectar con individuos particulares, reales o imaginarios, pero nos resulta muy complicado hacerlo cuando se trata de una masa de gente o una cifra numérica”. Y como apoyo a su teoría, el psicólogo estadounidense apunta una frase pronunciada por la madre Teresa al respecto: “Si miro a la masa, nunca actuaré. Si miró al individuo, entonces sí”.

Carecer de empatía por el sufrimiento de las víctimas de un desastre natural ocurrido al otro lado del mundo no es motivo para castigarse, como tampoco lo es en el marco de las relaciones personales cotidianas. “Mucho más importantes que la empatía son la bondad, la compasión y el amor”, recalca el profesor.

Recomendable en pequeñas dosis

Dejando a un lado el uso de la empatía en la toma de decisiones políticas, el hecho de que un individuo desarrolle esta capacidad excesivamente, sin duda, puede resultar perjudicial para su salud y equilibrio emocional, "ya que le conducirá a la angustia, el agotamiento e, incluso, es posible que llegara a sufrir algún tipo de enfermedad mental”, advierte el psicólogo.

Nuestro grado de empatía será mayor o menor dependiendo de cómo nos ha influido la cultura en la que hemos crecido y del tipo de relaciones personales que hemos establecido. Y es que, según Bloom, cuando somos bebés ya sentimos empatía, pero a medida que crecemos, esta capacidad puede quedar bloqueada o, todo lo contrario, desarrollarse hasta niveles dañinos. “Cuando un bebé observa o escucha cómo alguien está sufriendo, se acerca e intenta consolarlo”, apunta.

A medida que el individuo se hace mayor, la empatía va ganando peso en el terreno de las relaciones personales. En este ámbito, hay quienes opinan que es una herramienta fundamental para relacionarse con éxito, como recoge el doctor en Psicología Llorençs Guilera Agüera en su libro Más allá de la Inteligencia Emocional: las cinco dimensiones de la mente (Paraninfo), cuando la describe como “la habilidad esencial para establecer buenas relaciones sociales en el mundo privado y en el mundo laboral”.

El psicólogo y escritor Daniel Goleman, en su obra Inteligencia Emocional (Kairós), también corrobora esta idea, haciendo especial hincapié en lo importante que es en relación con los negocios internacionales y en el ámbito de la globalización, satisfaciendo de la mejor forma a los clientes.

Esta unanimidad en torno a la importancia de la empatía en el marco de las relaciones personales la cierra Bloom al defender categórico que la empatía es esencial (en pequeñas dosis). “Es difícil imaginar cómo podríamos desarrollar la inteligencia sin esta capacidad cognitiva”, concluye.

Fuente: elpais.com

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