martes, 20 de mayo de 2014

“Para disimular los golpes tenemos el maquillaje...”

JUGAR RUGBY:Belén Rueda (32) es enfermera y apasionada de un deporte que no se asocia con las mujeres: el rugby. De la atención y los cuidados de la unidad coronaria al vértigo y la potencia del juego.

Más de 1200 mujeres practican rugby en la Argentina. La cifra supera en un 31 por ciento a la del último registro correspondiente a 2012. Sin duda, un crecimiento exponencial inédito, según los datos relevados por la Unión Argentina de Rugby (UAR).

La enfermera Belén Rueda es una de esas mujeres que hicieron crecer la estadística. Enjuta, de rasgos marcados y pocas palabras, tiene una pequeña cicatriz sobre el labio, que se hizo a los dos años en Palpalá, un departamento cercano a San Salvador de Jujuy donde nació, se crió y se educó. A los 32 años, con seis de vivir en Buenos Aires, recorre la ciudad en su bicicleta entrenando para el equipo Panteras Daom, del Bajo Flores, o yendo a su trabajo en una doble actividad que a primera vista parecería irreconciliable.

“Era muy inquieta ya de chica, yo”, dice Belén, y también: “Me gusta mi cicatriz. Siento que me da personalidad”. Entonces señala otra que tiene en la pantorrilla izquierda, pequeña luna blanca hendida en la piel morena: “Esta tiene nombre. Se llama Xoana Sosa, como una jugadora. En uno de mis primeros partidos fui a hacerle un tacle y ella me pasó por arriba y me levantó la carne de un puntinazo”.
La ciudad de los sueños 

Segunda hija de cuatro hermanos, Belén vive hoy en un monoambiente en Caballito junto a un caniche y sus recuerdos de infancia en Jujuy, cuando la vida era un mero estar “en libertad, las puertas abiertas, jugando con los animales y yendo a pescar siempre en grupo con los chicos en el tiempo del verano”. En Palpalá terminó el secundario. “La única materia en la que tenía siempre diez era educación física; hacíamos voley, handball y un poco de atletismo, que a mí me gustaba mucho porque amo correr”.

Con el tiempo se recibió de enfermera. “Era una salida laboral rápida, era eso o ser maestra…”. A la practicidad, siguió la compasión “por la persona que está en desventaja”, según dice, y así fue pasando por ginecología, traumatología, cirugía y cardiología, donde finalmente arraigó. “No soy muy impresionable y siempre me alegra ver cómo la gente se recupera…”, cuenta.

Con el dinero de su sueldo que la madre le iba ahorrando, a los 26 recaló en Buenos Aires y entonces le pasaron, como a miles, toda clase de cosas. “Me estafaron sentimentalmente, con dinero, en la amistad… Los porteños se abusan de la gente del interior: piensan que no sabés ni leer o escribir o te mandan a hacer cosas que no tenés que hacer. Por suerte mis padres invirtieron hasta lo que no tuvieron en nuestra educación. Ahora todo eso es algo superado.”

Delicadas y sutiles 

“Siempre me gustó hacer deporte pero nunca pertenecí a ningún club. De chica, los varones siempre me elegían para jugar. En la escuela de enfermería yo organizaba los partidos femeninos. Pero cuando en Buenos Aires empecé fútbol vi que no era buena con las piernas. Hice un par de entrenamientos y me fui. Seguí con mi vida. Ya era enfermera y seguí probando con otras cosas, como ciclismo. En Jujuy hay varios clubes, pero no tantos como acá”. Un día, tres años atrás, vio en el Facebook un letrero que decía: ANIMATE. ¿QUERES PROBAR? Y una chica vestida con la indumentaria del club Panteras Daom. Buscó en el Google, miró un par de videos, se fue a probar y ahí se quedó.

A diferencia del rugby entre hombres, que es de quince jugadores y de dos tiempos de cuarenta y cinco minutos cada uno, las mujeres compiten siete contra siete, y en dos tiempos de siete minutos. “Pero jugamos con tres, cuatro equipos seguidos, con quince o veinte minutos de descanso”, aclara Belén. “Y se pelea con reglamento, no a lo salvaje. En los equipos femeninos la mayoría juega limpio y honestamente. Si se escapa un codazo o un golpe tiene que ver con el entusiasmo. Pero lo femenino se ve en el tercer tiempo, cuando todas nos bañamos y nos sacamos los shorts y las camisetas. No usamos ninguna protección especial a no ser unos impactadores en los hombros y el protector bucal o los cascos para las forwards”, explica.

“La mujer no deja de ser femenina por más que se dedique a un deporte de hombres. Ya de por sí somos más delicadas y sutiles… Yo soy delgadita, me taclean y enseguida vuelo por los aires. Y duele. Por ahí duele menos porque el cuerpo de una mujer es más blando que el del hombre. Los hombres son como animales, parecen bestias, todos grandes, duros. Por más que haya chicas más robustas también tienen silueta, pechos, caderas… Claro, a un hombre lo tacléan y aguanta más. Una mujer no, queda tirada en el piso y llama al médico y pide el cambio. Cuando empecé a jugar me esguinzaba mucho los dedos de las manos, mi cuerpo no estaba adaptado a recibir una pelota de esa manera...

¿Cómo se concilia la sensibilidad, la delicadeza que requiere el trabajo de una enfermera, diríase que entre algodones, con un deporte famoso por su rudeza? “Bueno, también en la guardia o en la sala de unidad coronaria la gente puede explotar para cualquier lado. Y además, yo no trabajo ni con algodones ni con vendas, eso lo hace esterilización”, señala Belén. Sin embargo, sus compañeras enfermeras le preguntan qué hace alguien como ella, tan delgada, jugando a un juego tan brusco. “Yo trato de explicarles que en mi posición, salvo que me atrapen, no recibo ningún golpe. Y que ahora ya no me pasa nada… Aunque nos duelan los ovarios jugamos igual; la pasión del juego está primero que todo. Nada nos quita la garra y el empuje. Cuando un golpe duele mucho claro que algunas lloran. En el trabajo te preguntan porqué estás caminando renga, porqué tenés ese moretón, y hasta piensan que alguien te golpeó. Pero para eso existen los calmantes; y para la cara, el maquillaje…”.

Coquetería en la cancha

Las rugbiers suelen ir al entrenamiento o los partidos con aros, tacos y cartera. Nadie diría al verlas que son jugadoras. “Después se cambian, se sacan los botines y hasta algunas salen a jugar maquilladas o con perfume”, cuenta Belén. “Por reglamento, el cabello no se puede usar suelto, si lo tenés largo te lo hacen recoger. Algunas usan esos sujetadores coquetos para formarse colitas. No se puede jugar con aros, anillos, pulseras porque te podés lastimar. Y si los llegás a tener, el árbitro te los hace cubrir. Si se pudiera, todas jugaríamos con aros y pulseras. Nos gusta estar lindas. Por algo, debajo del short siempre usamos calzas con dibujos, coloridas”.

Las enfermeras, sus compañeras de trabajo, no suelen ir a verla pese a que ella siempre las invita. Como el rugby femenino no está muy difundido, el público en general es la familia, los novios, los amigos. “Este deporte se vive y se siente de una manera diferente. A mí me gusta pertenecer a esto. A veces voy a jugar sin dormir porque trabajo de noche. La gente tendría que practicarlo, formar parte de un equipo para entender lo lindo que es”.

El amor en espera

¿Y el amor? ¿Cómo es el amor para una mujer que ha elegido hacer de su cuerpo un instrumento de eficacia deportiva casi viril? “A veces, chicas que juegan rugby salen con chicos que hacen lo mismo, o sea que se entienden. O se dan relaciones de diversidad, pero esto también forma parte del prejuicio: piensan que somos todas machonas y nada que ver”, afirma Belén. Lo que es ella, no encontró todavía a la persona que la deslumbre, pero eso la tiene sin cuidado. “Por ahí formo parte de las personas que van a permanecer solteras. Hay mucha histeria y yo tengo bien claro lo que quiero. El amor va a llegar solo. Yo soy feliz así como estoy. Son los hombres los que no quieren nada serio. Las mujeres del equipo nos contamos todo. Y casi todas están en la misma. Son pocas las que tienen novio...” Buena amiga de sus amigas del rugby, enfermera al fin, ella las asesora o recomienda el medicamento justo. “Una de las chicas tenía el hombro luxado y yo le hice un vendaje que lo sostuviera. Siempre llevo cinta adhesiva. Cuando hay un hematoma soy la primera que dice que se pongan hielo. O les doy alguno de los analgésicos que siempre tengo en mi mochila”, explica y compara, con irrefrenable pasión: “Cuando recibo la pelota el corazón me empieza a latir rápido y sé que tengo que correr y evadir a la contraria que tengo al frente; cuando un paciente que entró por un dolor de pecho cae al piso y hay que actuar rápido porque si no se muere, me pasa lo mismo. En el rugby, como en la unidad coronaria, es todo adrenalina pura”.

FuenteClarin

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