Jennifer López parece haber nacido motivada. A los cinco años, la hija del medio de David Lopez (un técnico en reparación de computadoras) y Guadalupe Rodríguez (una docente) tomaba clases de canto y de baile, y realizaba obras de teatro en el living de su casa, en el barrio Bronx de Nueva York. El resto ya lo conocemos. Se hizo famosa, en 1997, con la película Selena. En 2001, protagonizó el film Experta en bodas y lanzó su segundo álbum: J.Lo. Después, vino el anillo de compromiso de seis quilates que le obsequió Ben Affleck y los 100 globos rosas y palomas blancas de Puff Daddy (al percibir que ella estaba por dejarlo). El año pasado, Lopez se divorció del cantante Marc Anthony, su tercer marido y padre de los gemelos. Ella confiesa que la ruptura la dejó tan devastada que no podía levantarse de la cama.
Cuando nacieron sus bebés, bajó un cambio en su carrera. Pero en 2011, volvió con fuerza y de una manera original al participar en el programa American Idol, donde hacía de “la jurado buena”. (“No me gusta esto. Quiero irme a casa”, exclamó al rechazar por primera vez a un concursante). 25 millones de personas la miraban cada semana. Ahora, con el regreso de una nueva temporada, el lanzamiento de su octavo álbum, en 2014, el diseño de más productos de su colección, la producción ejecutiva de The Fosters (transmitida por el canal ABC Family) y una carrera cinematográfica en ascenso que incluye un rol importante en el film Los 33 (la verdadera historia del rescate de los mineros chilenos), se siente más poderosa que nunca. Esa sensación se potencia cuando Jennifer decide encarar nuevos emprendimientos. “Todo el mundo puede tener una perspectiva de negocios más amplia que la mía, pero cuando hablo de estrategias de marketing o de por qué diseñar una determinada colección, todo se convierte en algo emocionante. Soy más que una artista, y cuando me animo a encarar proyectos, me siento como pez en el agua”, confiesa con sinceridad.
Le duele que otras mujeres no sepan valorarse. “Muchas veces, nosotras dejamos de lado nuestra confianza con los hombres, aun en el amor. Encima, socialmente, está mal visto que seamos poderosas: se nos etiqueta como difíciles o jodidas”, dice. Incluso JLo, que irradia alta actitud, admite que solo empezó a sentirse segura de sí misma de grande. “Para ser honesta, fue después de ser mamá”, afirma.
O sea, ¿recién hace cinco años?. “Mi mayor inseguridad se relacionaba con el canto. Pese a que había vendido 70 millones de discos, tenía la sensación de que no era buena para eso. Mientras estuve casada con Marc, él me ayudó a superarlo. Me decía: ‘Vos sola te privás de alcanzar tu potencial como cantante. Dejá que esa sensación se vaya’”. En el fondo, ella tampoco sentía que se merecía el éxito. “Siempre fui tan insegura que no creía en mí. A medida que fui creciendo, maduré y pensé: ‘Esperá un minuto, esto no es una casualidad. No soy un error: yo trabajo muy duro. Y sé lo que estoy haciendo’”, revela. Su manager entra y le susurra algo al oído. Escucho “reuniones”, “conferencias” y “coche esperando”. “Me tengo que ir”, dice.
Nos reencontramos en nueva york, unas semanas más tarde, en el Hotel Plaza. JLo recibe el premio “Humanitario” de la Fundación para la Investigación del SIDA (amfAR), en honor a su trabajo con la Fundación de la Familia Lopez, una organización sin fines de lucro que trabaja para que mujeres y niños puedan acceder a una obra social. Los flashes se centran en ella, que luce un vestido de Tom Ford y lleva una cola de caballo ultraelegante. Posa para las fotos y sonríe mientras recibe elogios. La sala se oscurece y la imagen de Ricky Martin (íntimo amigo de JLo) aparece en una pantalla. Él cuenta que Jennifer y su hermana, Lynda, tuvieron sus bebés al mismo tiempo y que, desde ese momento, las dos decidieron hacer caridad para ayudar a otras mamás. Cuando Ricky la nombra, ella respira profundamente, se dirige hacia el podio y, sin leer una sola palabra, pronuncia un largo y elocuente discurso acerca del trabajo de su fundación. Después, me revela que hizo un gran esfuerzo para no llorar.“Soy muy sensible. Eso se nota en American Idol”, afirma. Solo titubea al hablar de Lynda. “La quiero y la respeto tanto. Ella es madre soltera. Yo tengo mucha ayuda, ella no. Siempre le pregunto: ‘¿Necesitás algo?’. Y ella me responde: ‘Estoy bien’. Pero en el fondo, sé que está agotada”, agrega.
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