jueves, 26 de septiembre de 2013

¿Te animaste a la convivencia?

Te contamos cuáles son los secretos para sobrevivir al primer año.
Cuando decidís dar el gran paso y casarte o mudarte con tu novio, sabés que algunas cosas van a cambiar: tendrás que compartir el placard y los gastos, y acostumbrarte a los ronquidos de él, por ejemplo. Pero nadie te advierte de otras situaciones incómodas que descubrís recién después de unos meses. Compartimos con vos algunas de esas verdades sorprendentes de los primeros 365 días de convivencia.
Empezás a histeriquear con otros tipos.

Aunque para tu novio seas la más linda del mundo, no te alcanza. “Algunos meses después de mudarme con mi chico, empecé a coquetear descaradamente con otros tipos en el restaurante en el que trabajaba como camarera y en el gym. Nunca antes había hecho algo así. Creo que necesitaba comprobar que todavía tenía levante”, cuenta Jimena*, de 26 años.

Cuando convivís con alguien, tenés miedo de volverte invisible para los otros hombres. “Una mujer siempre se siente bien cuando provoca una reacción en un varón. Mientras solo sea un poco de histeriqueo, no hace daño”, asegura la socióloga y sexóloga Pepper Schwartz, coautora del libro The Love Test (El test del amor).
Pensás en dejarlo

“Los primeros meses, cuando él me hacía enojar, yo pensaba: ‘Me separo’”, cuenta Virginia, de 33 años. Después de discutir con tu novio, es normal que imagines cómo hubiera sido la vida con algún ex (además, bajo los efectos del enojo, cualquier tipo de tu pasado te parece el clon de Benjamín Vicuña).“Este impulso ‘apocalíptico’ que surge en las primeras desavenencias conyugales es tan intenso como la idealización que se da en el inicio de una relación. Las chicas llegan a la convivencia con muchas expectativas, y cuando algo afecta la perfección de la historia, piensan soluciones terminales”, explica la psicóloga Adriana Martínez, coordinadora asistencial de la Fundación Buenos Aires (fundacionbsas.org.ar).

¿Por qué todo se vuelve más dramático en la convivencia? “Ahora discuto por cosas que cuando empezamos a salir seguramente hubiera pasado por alto. Cuando él hace algo que me molesta, tengo que arreglarlo porque siento que si no lo hago va a quedar así por el resto de nuestras vidas”, dice Virginia.
Tus pantalones se “achican”

La felicidad conyugal es directamente proporcional a la medida de tus caderas. Un estudio reciente de la Southern Methodist University (Universidad Metodista del Sur), de los Estados Unidos, demostró que mientras más contenta te sientas por estar en pareja,

más chances hay de que subas de peso.

Si te casaste, probablemente hiciste alguna dieta extrema para lucir divina ese día.

“Aunque yo era flaca, perdí cerca de ocho kilos para mi boda porque quería que el vestido me quedara genial. En el primer año de casada recuperé mi peso normal, pero yo me veía gorda y me odiaba por eso. Por suerte, mi marido y mis amigos me ayudaron a entender que mi percepción estaba totalmente distorsionada”, dice Érica, de 30 años.

Aunque muchas veces mires con nostalgia esos jeans que usabas antes de casarte, entendé que no vale la pena que sufras por tus curvas: si estás enamorada, ningún chupín va a hacerte tan feliz como tu marido.
No son siameses

Cuando recién te mudaste con él, creías que todas las noches iban a cocinar algo rico juntos y a acurrucarse para mirar una peli. Después de algunos meses, entendiste la diferencia entre lo que fantaseabas y tu realidad. “Compartíamos más cosas cuando no convivíamos. Ahora, mientras él trabaja en su tesina, yo aprovecho para mirar Solamente vos y para jugar un rato al Candy Crush”, cuenta Andrea, de 28 años.

No tenés que lamentarte por eso, al contrario: mantener espacios individuales es un signo de una relación sana. “Eso no va en contra de compartir tiempo y actividades en pareja. Lo importante es que haya un equilibrio elegido por ambos. Los mandatos del estilo ‘Hay que hacer vida hogareña’ o ‘Conviene que salgan por separado’ fracasan cuando no son fórmulas que los representan”, advierte Martínez.
El sexo se pone mejor…

Esta es una de las mejores sorpresas. “Tenía miedo de que, en la convivencia, el erotismo se convirtiera en una rutina, pero se hizo más intenso porque la relación entre los dos es más profunda. Además, la sensación de que vamos juntos por la vida nos hace sentir más conectados durante el sexo”, dice Marina, de 27.
Pero es menos frecuente

Vivir juntos implica que la cacería terminó. O sea: todo se vuelve más tranqui y cotidiano. Una de las mayores enseñanzas de la convivencia es que hay una diferencia entre el hombre con el que llevás adelante un hogar (y un proyecto de familia) y el tipo con el que tenés sexo salvaje. Aunque sea la misma persona, no genera lo mismo. “Llevo la cuenta de las veces que tenemos sexo y trato de que sean tres veces por semana, como mínimo”, dice Marina. Acordate: el sexo frecuente ayuda a mantener el vínculo fuerte.

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