Hoy en día, con tantas personas que vamos conociendo en este mundo tan global y cibernético, nos vamos llenando de emociones, más cuando tenemos a alguien ahí diciéndonos frases bonitas en nuestros muros y mensajes privados… Son bonitos detalles que con el tiempo, sin darnos cuenta, nos van enamorando de la persona que está detrás del monitor.
Nos vamos enamorando de una imagen, de un prototipo de persona que se describe asimismo, sin saber si todo lo que nos cuenta es toda la verdad. En las relaciones a distancia es fácil sólo mostrar una de las facetas de nuestra vida, previsiblemente la mejor faceta, porque podemos seleccionar cuándo contestar, pensar qué responder, y no estamos viéndonos unos a otros de forma presencial por lo que no tenemos seguridad total de cómo son realmente quienes conocemos.
Hay personas muy sinceras en Internet, algunas que lo son demasiado, otras que no lo son en absoluto, y están también los que intentan o creen serlo, pero que no ven cosas de sí mismos que cualquiera que les ve en el día a día se percataría de ello, y que por lo tanto, que intencionalmente o no, omiten detalles importantes acerca de sí mismos.
Lo cierto es, que gracias a Internet podemos conocer nuevos amigos, e incluso enamorarnos. A veces es como pura fantasía, otras veces se convierte en relaciones serias y comprometidas.
Internet facilita conocer profundidades de las personas que igual no se atreven a expresar ante sus familiares y amistades… a veces nos sentimos más auténticos en Internet que fuera de ella. Por la misma, también hace más difícil conocer otros detalles de cómo se es en el día a día. Conocernos por Internet tiene sus claras ventajas y desventajas por igual. No es malo en sí mismo, ni falso, ni todo bueno o verdadero. Es como la gente que conoces en cualquier sitio, tiene cosas buenas y no tan buenas.
Pero el amor a la distancia es duro y sufrido. ¿Vale la pena vivir un amor que nace a la distancia? El sentimiento llega, no importa religión, credo, edad o género, el amor es así, llega de improviso y sin avisar se va metiendo en el corazón. Te nutre y llena de felicidad, se trasluce en los poros de la piel… pero, ¿qué pasa cuando sientes el deseo de sentir la calidez de su piel? El beso deseado, el apoyo de una mano que aprisione la tuya y te diga… “aquí estoy”. El amor a la distancia, la espera por el momento de encuentro, con sus constantes demoras y retrasos de la vida, también es muy sufrido. Puede ser bonito, porque la distancia nos lleva a escribirnos bellas cartas de amor, a realizar grandes esfuerzos por mantener la relación funcionando a pesar de no vernos… pero es muy sufrido.
Es complejo vivir un amor a distancia, bello como cualquier otro amor, pero complicado. Se necesita de mucha seguridad y mucha confianza para saber esperar al día del encuentro. También puede ocurrir que un día te enfrentes con la realidad y pongas fin a todo. Pero, ¿acaso no pasa más de lo mismo con las relaciones presenciales? La diferencia es tal vez, el esfuerzo, paciencia y sufrimiento que se invierte en el proceso…
Es por ello, que debemos estar conscientes de lo que implicaría el amar de esta manera, a menos que tengas los pies bien puestos en la tierra y no te dejes llevar por las fantasías de la relación. Vive tu amor, pero nunca te dejes la cabeza en casa.
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