Esto manifiesta mi rigidez, mi inflexibilidad y mi obstinación frente a ciertas personas o ciertas situaciones. Temo que me hieran, por lo tanto voy a enseñar una imagen diciendo que estoy “encima de todo”, que “todo va bien” aunque en mi interior, no es el caso. En mi mundo mío, me consideraré como la víctima de las injusticias que me suceden. Pensaré sin parar en mis “pequeñas desgracias”, esto llevando a crítica, bien hacía mí – mismo o hacía los demás. No me doy ninguna probabilidad; soy exigente y me parece que la vida que pruebo tiene un sabor amargo. Debo preguntarme si estoy atormentado con relación a una situación en la cual vivo ambigüedad; “¿Lo hago o no?” “¿Lo pego o no lo pego?”, etc. Vivo un conflicto de separación en mi interior en el cual, por ejemplo, de cara a mi niño, quiero estar cerca de él, pero no puedo. Si pegué a mi niño y luego me sabe mal, hay muchas probabilidades para que la mano que efectuó el gesto esté afectada por el reuma. Mi estima propia está pues en su más bajo nivel porque me desvalorizo sin cesar. Estoy preocupado por los demás, sobre todo cuando se trata de mis hijos. Me apoyo en ellos porque frecuentemente son mi razón de vivir y el motivo que me hace andar. Si están heridos, si caen, tengo miedo de que no puedan levantarse y me pregunto: “¿Qué más hubiese tenido que hacer, o de qué otra forma?” La culpabilidad y la responsabilidad son grandes y la desvalorización también. Tomo consciencia de mi gran necesidad de amor. Aprendo a tener cuidado de mí y a asumir mis emociones, porque todas son positivas y me permiten conocerme mejor. Me pongo al volante de mi vida y, de víctima que era, paso a ser creador de mi vida. Sé que todo es posible. Basta con tener paciencia y aceptar andar al propio ritmo evitando ponerme en tensión o apresurarme.
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